La Ciudad de las Mil Maravillas
«Muchos son los sobrenombres con los que se conoce a la Ciudad de Carabás, si bien algunos de ellos no tan agradables como desearíamos sus habitantes. Uno de los mas curiosos hace referencia a la cantidad de fenómenos mágicos que en ella ocurren, debido en gran parte a la influencia de nuestra gran Marquesa: La Ciudad de las Mil Maravillas.
Este sobrenombre tan rimbombante desbancó al antiguamente popular en la zona Ciudad de la Ruina, lo cual alegra enormemente a cualquier ciudadano. Las maravillas a las que se hacen referencia son numerosas, y mucho mas habituales en los primeros años del Marquesado. En aquella época era muy habitual que los colonos tuvieran encuentros con los Espectros Grises, o vulgarmente denominados Los Grises, unas sombras similares a fantasmas que en ocasiones se asemejaban a ciudadanos de una época remota de la ciudad, y que no parecían más que seguir una rutina marcaba. Sin embargo, si algún colono nervioso reaccionaba violentamente contra ellos, o simplemente en su presencia, estos reaccionaban de forma violenta hacia el agresor, y en mas de una ocasión, en esos primeros años, hubo que lamentar mas de una perdida de vidas por esta causa. Sin embargo, los avistamientos de Los Grises son cada vez menos frecuentes, y cualquier habitante de Carabás ha aprendido a ignorarles y simplemente seguir con sus quehaceres hasta que el visitante se desvanecia de la misma forma que había aparecido. Y aquí acaban los fenómenos peligrosos. Todos los demás fenómenos que desde entonces han acaecido han sido beneficiosos, al menos en su inicio, o simplemente curiosos y neutrales.
Entre los fenómenos que la Marquesa inició se cuentan como mas famosos los incidentes del Río de Leche y Miel y las cabras que vomitaban joyas. Ambos creados por capricho de la Marquesa, siguiendo una imagen de la Ciudad que se había creado en su niñez, en principio alegraron muchísimo a los habitantes.
El Rio Tifer empezó a bajar llevando leche y miel en su caudal, en lugar de agua, y los ciudadano de afanaban en recoger los alimentos a manos llenas. Pero pronto se descubrió que la leche y la miel se filtraron al subsuelo, y los pozos de agua dulce se contaminaron rapidamente. La Marquesa solucionó el problema purificando el agua con un deseo, pero gradualmente el agua volvia a contaminarse. Además, en las lindes del rio empezaron a proliferar todo tipo de alimañas, desde insectos hasta ratas, que la Marquesa tambien se vio obligada a mantener a raya con sus continuos deseos. El olor en los días calurosos, la mayoria en estas lindes, obligaba a que cada dia la Marquesa revisara la zona en persona para usar su magia. La llegada del Sabio Noorgard ayudo a la Marquesa a solucionar el problema, devolviendo al Rio Tifer a su estado original y dejando que la leche y la miel fluyeran libres en sendas grandes fuentes públicas en la plaza del palacio, donde el control se aseguraba y no habian molestias para nadie. Actualmente muchos son los ciudadanos que acuden con regularidad a recoger leche y miel, y es visita obligada para los turistas, que suelen llevarse un par de botellas y tarros como recuerdo de Carabás.
El asunto de las cabras fue más peliagudo. de nuevo por capricho de la Marquesa, y siempre con animo de enriquecer y ayudar a sus habitantes, las cabras de Carabás empezaron a escupir joyas. Cada vómito provocaba que un puñado de gemas perfectas e indistinguibles de las obtenidas por métodos tradicionales se pusiera en circulación. Algunos ciudadanos con pocos escrúpulos, no solo empezaron a hacer ingerir a las cabras vomitivos, sino que trataron de obtener grandes beneficios vendiendo las joyas a lugares cercanos que desconocían el fenómeno. Los mercados del Jerifato de Al-Bassid, y de los Sohinatos cercanos empezaron a inundarse de gemas Carabasenses y la economía no tardó en resentirse. El Jerife Al-Bassid y los numerosos Sohines (señores de la guerra) de la zona empezaron a mostrar su enfado con la Ciudad de Carabás, que ya de por si despertaba en ellos recelo y malestar. Las relaciones se volvieron muy tensas, y la Marquesa, con la ayuda del Sabio Noorgard, eliminó todas las joyas creadas por las cabras y deshizo el hechizo. Sin embargo, por motivos que aún se desconocen, la propia Ciudad ejerce un extraño efecto a las cabras desde ese momento: todas las cabras que nacen en Carabás vomitan siempre joyas la primera vez que lo hacen, pero solo esa única vez. A las cabras que aún no han sufrido su primer vómito se las llama «noveles» y suelen ser cabras muy jóvenes. Los ganaderos y pastores sacan un puñado de monedas por cada cabra que crían con total seguridad, con lo que se aseguran su liquidez incluso en épocas malas, sin alterar la economía local. Algunos comerciantes se especializan en comprar cabras noveles a los pastores a cambio de una cifra razonable, ya que la cantidad de joyas que una cabra puede vomitar no se conoce con seguridad y varia mucho, y asi, estos comerciantes hacen una especie de apuesta. A cambio de unas monedas de oro pueden sacar grandes beneficios con suerte. Tras el primer vómito, estos comerciantes venden las cabras a otros ganaderos para paliar las perdidas, o aumentar las ganancias. Este tipo de negocio, aunque legal, no esta del todo bien visto por muchos ciudadanos.
El resto de fenómenos de los que se tiene constancia tienen que ver con las historias personales de sus habitantes, Muchos son los ciudadanos que dicen haber cumplido sus sueños en la ciudad, ya fueran estos inmateriales como la felicidad, la tranquilidad, la seguridad o materiales, desde conseguir un hogar para sus familias hasta niñas que misteriosamente han encontrado un día, en su cama, a la muñeca que deseaban. Si bien estos fenómenos se han vuelto cada vez menos frecuentes desde la llegada del Sabio Noorgard, todos los ciudadanos saben de buena tinta que es la propia Marquesa la que de alguna forma los hace realidad, y por ello no pasa ningún día si que los ciudadano la recuerden en sus oraciones y pensamientos.»
– Extracto de «Curiosidades e Historia Sobrenatural del Marquesado», de la obra «Crónicas de Carabás», Vol III. Por Raynavo Nijten.