Recetas familiares

Medallon CA

«Frank estaba haciendo su ronda diaria, a pesar de ser teniente, porque sabia que estar en contacto con la calle era lo que le mantenía capacitado para su puesto. Y era una forma estupenda de ir repartiendo buena suerte, pensaba, mientras iba lanzando monedas de cobre, que encontraba a espuertas en sus aventuras, hacia lugares donde los niños solían jugar para que las encontraran.»

«Antes no habría sido tan generoso, pensaba mientras lanzaba una moneda de plata a un lugar particularmente difícil de ver. Quien sabe cuanto tiempo se quedaría allí esa moneda, y a quien acabaría dando suerte finalmente. Claro que ahora estaba teniendo mucha suerte, estaba con una chica fantástica, tenia un buen trabajo protegiendo su hogar y le caían muy bien sus compañeros, a pesar de nunca lo admitiría. Y el enano todavía no había decidido matarlo. Antes las cosas no eran así…

 

Un pequeño Frank estaba corriendo por las callejuelas de Gondor, cargando un saquito a la espalda, esquivando a adultos, cajas y animales por igual. Creía que los había despistado en el mercado, pero prefería asegurarse de que nadie sabía donde estaba su casa. Normalmente habría ido a su escondite a cambiarse su ropa y ponerse una peluca rubia, pero con el ojo morado y las contusiones en la cara, no iba a engañar a nadie.

Llego al anochecer, se metió en el callejón de al lado y escaló hasta su ventana. La habitación era espartana, pero estaba limpia. La sabana de la cama protegía bastante de los pinchazos de la paja y la chimenea estaba ardiendo de forma alegre, dándole la bienvenida con un agradable calor. Era mucho mejor que los ocasionales puentes, portales o árboles con los que tenia que conformarse a veces. Su padre estaba sentado al lado de la chimenea y aunque se veía una bota de vino vacía, no tardo un segundo en reparar en la presencia de su hijo y poner cara de preocupación.

 

-¿Qué te ha pasado en la cara?- Espero pacientemente a que su hijo se encogiera de hombros, se pensara alguna mentira para no preocuparlo, claudicara y le contestara.

– Nada importante, los hermanos Heferson estaban cogiendo a Val para reclutarla para la banda del señor Fagin. Les dije que la dejaran en paz y fueron a por mi también, porque se creen que también soy huérfano- Aquí Frank le  dedico una mirada de reproche a su padre.

– ¿Entonces fueron los Heferson los que te pusieron el ojo morado? Ven, te voy a poner ungüento para los moratones.

– ¡No me pongas esa bazofia que vendes como si fuera un curalotodo, se con que la haces y que no sirve de nada! Y no, no fueron los Heferson. Cuando venían a por mi, no vieron que estaba a lado de unas piedras de río. No llegaron a acercarse.

– Este ungüento es del bueno, del que usaba yo. Ahora deja que te cure y continúa diciéndome que te ha pasado.

– Pues, ¡ay!, pues yo no vi al resto de la banda. Se acerco por detrás el bruto de El Judía y me dio un puñetazo, me tiro al suelo y se puso encima de mí, tiene doce, ¿sabes? El caso es que me puse a dar patadas y rodillazos mientras me pegaba puñetazos hasta que le acerté en la entrepierna. Mientras gimoteaba salí corriendo y me metí en el mercadillo para despistarlos. Luego vine aquí. Pero no me han seguido, tranquilo.

– Tienes que ir con cuidado, ya sabes que Papa a veces enfada a personas como el señor Fagin, y si esas personas supieran que tengo un hijo, lo usarían en mi contra. Es mas seguro que continuemos como hasta ahora. ¿Y en la bolsa que traes?¿dos cebollas y un nabo? ¿A quien le has robado eso?

 

En ese punto Frank guardo silencio y le mandó una mirada a su padre como diciendo “no te importa y además te vas a comer tu parte” y cogio una cebolla dispuesto a comérsela como si fuera una manzana.

Su padre murmuro algo como “no se de donde has aprendido esa mirada, jovencito” y le birló la cebolla antes de que Frank la pudiese morder, se acerco al hogar y abrió un saco, dejando ver zanahorias, patatas, garbanzos, un trozo de queso, dos huevos, un par de salchichas y un buen trozo de carne, lo puso junto con las cebollas y el nabo que había traído Frank y unas setas en una pequeña olla y se dispuso a cocinar el famoso “puchero de todo Melher” ante la atónita mirada de su hijo.

– Uauh! ¿Y toda esa comida?¿a quien le has estafado?

En ese punto su padre guardo silencio y le mandó una mirada a Frank como diciendo “no te importa y además te vas a comer tu parte”. Frank se sonrío un poco y murmuro algo como “no se de donde has aprendido esa mirada, viejales”.

 

Después de dar buena cuenta del puchero, que sirvieron dentro de unas grandes hogazas de pan, su padre le trajo una cosa más del saco que traía. Un par de pastelitos de crema de limón y miel, haciendo las delicias de su joven hijo, que ya sonreía abiertamente, y el se comió una naranja de postre, mientras terminaba la segunda bota de vino. Eran raros esos momentos de abundancia, en los estaban calientes y con la barriga llena. Había visto momentos en los que su hijo lloraba en silencio y en los que el también lloraba en silencio, ya fuera porque se acordaba de su esposa o porque se avergonzaba de su comportamiento delante de su hijo. Algún día encontraría el trabajo que les haría ricos y podrían vivir bien todo el rato, pero siempre acababan pillándolo unos u otros. Pero algún día, eso cambiaria. Cuando encontraran su suerte, esta intentaría escaparse otra vez, pero siempre se puede luchar para que se quede un día más. Aunque normalmente se acababa perdiendo.

-Vamos Frank, vamos a dormir que mañana por la mañana tocan las lecciones de lectura y escritura. Y no me pongas esa cara, es muy importante para ser alguien de valor el día de mañana. El Judía ese nunca aprenderá a escribir, y ya veras como acaba.

Frank se acurrucó al lado de su padre, sintiendo su presencia y esforzándose en no echar a nadie más de menos. No le hacia falta nadie mas, seguro. Seguro.

 

 

Frank  sonrío mientras colocaba otra moneda de cobre entre unas piedras. Los niños usarían el dinero en lo que quisieran, o lo guardarían para algo importante, según lo listos que fueran, pero se acostumbrarían a ser observadores y a no pedir a los demás nada, sino a buscar ellos mismos sus recompensas. Y no se podían hacer mucho daño con lo que obtuvieran por monedas de cobre, aparte de algún empacho, pero de esas cosas también se aprende.

Mientras pudiera, iba a seguir celebrando su racha de buena suerte. Nunca eran muy largas, pero una cosa que había aprendido desde muy niño era que siempre se podía luchar para que duraran un día más. A veces se ganaba. La clave era ganar hasta el final de tus días. Eso era lo que siempre le había dicho su padre.»

 

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