Detectives de mascotas: Parte 5 – La trampa

Dado

Lo primero que los jóvenes héroes debían hacer era encontrar un barco dispuesto a llevarles a Carabas lo más rápido posible. Eso no parecía que fuera a ser un problema, porque a pesar de que nunca había estado en la Ciudad de Al-Darani, Lancia parecía desenvolverse con bastante soltura. Tras preguntar a un par de viandantes que parecían de fiar a pesar de que las calles ya estaban oscureciéndose, no solo supo donde estaba el puerto, sino que además averiguó la localización de un mercado callejero nocturno en los puertos que tenia bastante fama de contener chollos y crímenes a partes iguales.

Los héroes se dirigieron hacia el puerto, mientras Nori no se despegaba lo mas mínimo de Danijel, y como ahora no tenia siquiera que guardar las apariencias, era incluso aún mas rudo si cabía con él. A mitad de camino, una patrulla de hombres del Jerifato los detuvo. Iban armados como si estuvieran en guerra, y les hicieron un montón de preguntas. A pesar de que parecían muy hostiles y celosos de la seguridad, al asegurarse de que los chicos eran simplemente unos turistas inofensivos y extranjeros, no les hicieron más que advertir del toque de queda y la peligrosidad de adentrarse en los puertos. A raíz de este encuentro, los muchachos se percataron de que, a esas horas de la noche, no había ningún residente local en las calles, y todo lo que veían eran extranjeros con apariencia de hombres de negocios y comerciantes.

 

En cuanto llegaron al puerto, una patrulla de guardias del Jerife hacían como que contaban el paso. Eran bastante menos profesionales que sus anteriores compañeros, estaban sentados y tirados en el suelo, alguno de ellos fumaba y jurarían que se habían escondido una botella al verlos llegar. El que parecía el jefe, sin muchas ganas, se levanto y les dio el alto. Les preguntó a que iban a los puertos, y Lancia les contestó que buscaban un pasaje para un barco y quizás una posada para pasar la noche. El jefe decidió que, evidentemente, no tenia aspecto sospechoso y sus intenciones parecían razonables, así que simplemente les advirtió de los peligros de adentrarse solos por la noche en los puertos y que no se metieran en líos que pudieran hacer que ellos tuvieran que actuar.

 

El puerto parecía más animado que el resto de la ciudad de noche, y eso era en parte por lo distendida de su guardia, y porque la casi total población de los muelles eran extranjeros, que no parecían ser objeto del toque de queda. Tras hablar con unos cuantos marineros, Lancia descubrió que no iba a ser difícil encontrar un barco que saliera esa misma noche: Los muelles estaban repletos de barcos amarrados que estaban deseando zarpar cuanto antes hacia Carabás. Ahora que la tormenta verde se había retirado, y no perder mas tiempo con las bodegas cargadas. Tras pasear un rato por los muelles, encontraron a un capitán dispuesto a renunciar a algo de su carga para llevar, sin ninguna comodidad, simplemente alojados en la bodega, a los chicos y a 5 pasajeros más, por un precio que incluso era razonable. A Frank no le gustaba nada la idea de subirse en un barco repleto de marineros con aspecto de criminales, pero a estas horas era difícil encontrar un barco de pasajeros comercial y legal. Además, su «invitado», el Sr. H, preferiría este modo de viajar, mucho mas discreto y sin preguntas.

 

Como aún faltaban un par de horas para que el barco zarpara en plena madrugada, los chicos decidieron ir a visitar el famoso zoco del que Lancia había oído hablar. De nuevo, el único al que no pareció hacerle ninguna ilusión era a Frank, pero los demás estaban encantados. Además, debían esparcir el rumor de que iban a subirse a un barco esa misma noche, para que los informantes que el Sr. H tenia en la ciudad pudieran recibir la información más fácilmente y hacérsela llegar, y el mercado nocturno callejero era el sitio ideal. En el pintoresco mercado cada cual se interesó por diferentes cosas. Frank no se apartaba mucho de Lancia, vigilando a todos los tipos sospechosos que tenia alrededor, que resultaban ser todos ellos. Nori se interesaba tenderete tras tenderete por guantes y botas de cuero, ya que había visto varios puestos con material de muy buena calidad. Lancia se quedo prendada de un puestecillo portátil que vendía un montón de cosas apiladas en una carretilla. Tenia telas de excelente calidad, y al preguntar por ellas descubrió que el tipejo que las vendía parecía no tener ni idea del precio real de las magnificas telas, y ni corta ni perezosa aprovechó la ganga y las aparentes ganas de deshacerse de toda la tela del vendedor para llevarse todos los rollos por poquísimo dinero. El trato llamó la atención de Yamu, que viendo que el vendedor era de regateo fácil, preguntó por piezas de cuero. Resulto que entre todos los trastos que llevaba en la carretilla había también varias piezas de cuero de calidad, y ofreció como trato llevarse todo lo que le quedaba en la carretilla, junto con la propia carretilla, por muy poco dinero. En cuanto le pagaron por la ganga, el tipejo pareció esfumarse, y los chicos decidieron que seria buena idea hacer lo propio porque empezaban a sospechar que quizás ese tipo no fuera ni siquiera el propietario del tenderete…

 

De camino a los muelles, tirando de la carretilla, pararon en algunos puestos de comida que había en el zoco para cenar algo de gastronomía local original, y Nori y Yamu, ambos aparentemente gastrónomos de afición, compraron además algunos licores de la región, dátiles, pan de higo y otras delicias locales. Cuando llegaron de nuevo al barco, incluso a Frank le pareció mas seguro esperar en las bodegas repletas de presuntos piratas que en los muelles con una carreta cargada de objetos presuntamente robados. Y una vez dentro de la bodega, los chicos buscaron algunos rincones cómodos entre la carga en los que dormir. A Lancia no le parecía bien dormir en medio de la bodega junto con un  montón de hombres, así que se fue a hablar con el capitán, a quien convenció para dejarla dormir en uno de los almacenes cerrados si sacaba y reubicaba la mercancía que allí se guardaba y se hacia un hueco. Frank y Harry, ambos un poco a regañadientes, aceptaron «ayudar» a Lancia a vaciar el almacén, para que tuviera un lugar privado para dormir. A la espera de que llegara el Sr. H con su escolta, los chicos empezaron a hablar del la que iban a seguir. Reunidos en circulo, sentados en el suelo de la bodega del barco, decidieron que lo mejor era llegar a Carabás sin contratiempos y, si todo había salido bien y como Frank aseguraba el mensaje que había enviado llegaba a sus contactos, es muy posible que una tropa de la guardia les esperaba para arrestarles en cuanto bajaran a los muelles. Ellos deberían hacer algo de teatro y dejarse detener y esperaban que una vez todos detenidos, poder aclarar fácilmente las cosas y ser liberados sin problemas. Para evitar que los matones que el Sr. H llevara se enzarzaran en una pelea con los guardias del puerto de Carabás, Nori propuso usar alguno de sus venenos, pero Lancia se negaba a que murieran entre horribles sufrimientos. Nori revisó su arsenal de armas químicas y propuso usar un intoxicante inofensivo, que ralentizaba el metabolismo, provocaba cansancio, mareos y la necesidad de descansar el doble de lo usual. Este compuesto los dejaría indefensos sin provocarles ningún daño, y seria muy fácil evitar el enfrentamiento. La idea de usar  venenos no parecía convencer a nadie, pero se dejó en el aire como plan de emergencia si hiciera falta.

 

En cuanto el Sr. H entró a las bodegas del barco y les saludo, acompañado por 5 de sus más recios, musculosos, jóvenes y experimentados hombres de confianza, las miradas se dirigieron hacia Nori, quien, sonriendo, asumió que eso era el permiso que necesitaba para poner en marcha el plan del veneno. Lancia y Yamu, observando detenidamente a los matones profesionales que el Sr. H había traído, le dieron algo de conversación insulsa a su jefe para distraerle un poco y disimular. Durante la conversación trataron de sonsacarle algo sobre el misterioso personaje que parecía estar tras el asunto de las cabras y las joyas, pero ni siquiera el Sr. H sabia sobre este nada mas que parecía alguien muy importante, ya que vivía dentro del recinto del palacio del Jerife, y que había abandonado la ciudad para dirigirse hacia el Sur, posiblemente hacia Carabás, con una pequeña comitiva. Los chicos estaban casi seguros de que, con esos datos, era muy posible que el culpable último de todo este asunto fuera, ni más ni menos que el embajador del Jerifato, Jalam Balara. Le preguntaron si seria capaz de identificarlo si lo viera, y dijo que evidentemente si, porque siempre se veían en persona.

 

Mientras esto ocurría, Nori buscaba un lugar en donde preparar su veneno. Como necesitaba cacharros y fogones, se dirigió a las cocinas del barco. No estaban ni limpias ni bien equipadas, pero servían de sobra. El problema es que el cocinero, o el pirata que fingía serlo, no estaba de muy buen humor y Nori no pensaba que estuviera por la labor de dejarle cocinar sus cosas. Pero de todas formas probó a charlar con él. El cocinero, muy airado, le pidió que se marchara y que no molestara, que tenía mucho trabajo. Nori, viendo una oportunidad, le dijo que precisamente había ido allí a ayudar, que estaba aprendiendo a cocinar de los mejores cocineros y ofrecía sus servicios como pinche. Lo que acabo de convencer al cocinero es que Nori en ningún momento hablo de ningún sueldo, con lo que asumió que lo iba a hacer gratis y le admitió como ayudante en la cocina. Nori preparo sin problemas el mejunje y el cocinero le obligó a servirlo a la tripulación, cosa que realmente le facilitó aún más el repartir los cazos con sorpresa a sus objetivos. Tras repartir la comida, Nori se colocó con los demás a charlar mientras les entraba el sueño. A Lancia le hizo gracia que Nori tuviera tanta facilidad para encontrar trabajos, pero que nunca estuviera dispuesto a hacerlos. El Sr. H le preguntó a Nori cuanto le pagaban por ese trabajo, y Nori dijo que simplemente lo había hecho para ganar experiencia y curriculum. Lancia le aconsejó que si algún día incluía eso en sus referencias lo describiera como «ayudante de alta cocina en crucero de placer» y «Maitre de restaurante de crucero». Tras unas risas y algo de charla, Nori aconsejo a todos que se prepararan para una noche movidita porque el tiempo estaba revuelto y habría oleaje, y todos se fueron a dormir a sus rincones.

 

Al día siguiente el barco se aproximaba al puerto de Carabás. Habían navegado a toda vela toda la noche y el barco no había parado de moverse violentamente, pero aún así los jóvenes héroes habían conseguido descansar. No así los hombres del Sr. H, ya que 4 de ellos habían sucumbido al intoxicante de Nori, y solo el propio Sr. H y el líder de sus matones parecían estar en buenas condiciones. El resto mostraba unas terribles ojeras, y los signos de fatiga y mareos eran evidentes. Todos achacaron ese estado al movimiento del barco y al mareo, y aunque al Sr. H le extrañó por lo curtido de sus muchachos, todos los síntomas encajaban a la perfección y no sospechó en absoluto de la treta de los jóvenes héroes. Aún así, los chicos tranquilizaron al Sr. H diciéndoles que no pasaba nada porque el Príncipe del Puerto iba a recibirles de inmediato y su escolta podría descansar, y además era totalmente innecesaria. En cuanto los chicos bajaron a los muelles acompañados del Sr. H, esperaban encontrar a los guardias esperándoles, pero para su sorpresa no fue así. Miraron a Frank, pero este también parecía perplejo, así que decidieron llevar al Sr. H hacia el «Camarote de Jack», la guarida del Príncipe, pero para hacer tiempo le dieron un buen rodeo. El Sr. H les acompañaba, y puesto que no conocía Carabás, no sospechó nada hasta que ya llevaron una media hora larga de caminata y empezaron a repetirse las calles. Nori advirtió al grupo discretamente, para que el Sr. H no se enterara, de que había varias personas embozadas que parecían vigilarles y seguirles en cuanto más se acercaban a la guarida del Príncipe. Ante los nervios del Sr. H, que empezaba a escamarse, Lancia le confesó que estaban dando vueltas para asegurarse de que nadie les seguía y todo estaba en orden para el encuentro, y que iba a enviar a Yamu para avisar. Apartó a Yamu y le dijo que fuera corriendo a los cuarteles a averiguar que estaba pasando y volviera lo más rápido posible. Mientras Yamu corría hacia su cuartel, Lancia aconsejó al Sr. H y a los demás que no se movieran del sitio y disimularan haciendo ver que eran turistas o comerciantes visitando tenderetes.

 

Yamu llegó casi exhausto a los cuarteles, casi como un rayo. Para su sorpresa, la guarnición era mínima y en cuanto se presentó, el Capitán Stevenson le preguntó, extrañado, que es lo que estaba haciendo aquí. Yamu se sentía confuso, y los gritos del Capitán no le ayudaban a aclarar sus ideas. Este le dijo que habían recibido un mensaje enviado por ellos, refiriéndose a Frank y Yamu, en el que se explicaba que un criminal importante iba a atracar en Carabás, y se había urdido un plan para emboscarlo en cuanto se acercara a la zona norte de los muelles, porque al parecer, no saben porque, se iban a dirigir hacia allí. Al Capitán le extrañó que Yamu no supiera eso, cuando se supone que habían enviado el mensaje ellos mismos. Yamu se hizo el loco un poco, y se excusó diciendo que habían visto a gente camuflada que les vigilaban y le había parecido sospechoso. El Capitán, aún mas enfadado, le dijo que era obvio que hubiera visto a gente camuflada, puesto que esos eran los guardias que iban a tenderles la emboscada. Sin darle apenas mas tiempo para gritarle un poco mas, se disculpo mientras volvía como un rayo a buscar a sus amigos y explicarles el plan que se supone que debían haber seguido.

 

Yamu les encontró, y entre jadeos le dijo a Lancia, Nori y Frank lo que sucedía. Los encapuchados eran guardias de Carabás que les detendrían en cuanto se acercaran un poco más al «Camarote de Jack». Ya más seguros con la certeza de que el plan parecía funcionar, Lancia ordenó a todos reanudar la marcha, y en cuanto avanzaron un par de calles mas, fueron rodeados de imprevisto por un gran numero de guardias. Los chicos pudieron ver a los hombres de Yamu entre ellos. Los jóvenes héroes sacaron sus armas, y los matones del Sr. H también intentaron blandirlas como podían. El Sr. H empezó a gritar «traición», sospechando que alguien había dado un chivatazo. No hizo falta que nadie se inventara ninguna historia sobre el chivatazo, ya que Danijel, haciendo gala de nuevo de su gran estupidez, vio la oportunidad perfecta para escapar de las garras del Príncipe y, gritando con las manos en alto, corrió hacia los guardias pidiéndoles amparo, explicándoles que esos tipos le habían secuestrado e iban a hacer tratos con el Príncipe, y prometía colaborar con la ley si le ofrecían un buen trato. Su rastrera actuación sirvió al Sr. H como prueba irrefutable de que Danijel había encontrado la forma de avisar a la justicia para salvar su pellejo, y los muchachos apoyaron esa teoría acusándole también de traición. Lancia aconsejó a los chicos deponer las armas, y el Sr. H ordenó a los suyos hacer lo mismo, mientras en voz baja les decía a los jóvenes héroes que seguramente su cliente, al tener una posición política alta en el Jerifato, podría sacarles de la prisión aunque solo fuera para evitar una posible confesión. Los guardias detuvieron a todo el grupo y fueron conducidos a los cuarteles del puerto, mientras Danijel sonreía mientras creía que se había librado de una  muerte segura de forma providencial.

 

En los cuarteles Danijel, el Sr. H y sus hombres fueron encarcelados en celda diferentes, y los jóvenes héroes fueron liberados y aclamados por los guardias y el propio Capitán, que alabó la valentía y la inteligencia no solo de sus soldados, sino de Lancia, Nori y Harry, que ya parecía formar parte del grupo. Ya con mas calma, le explicaron al Capitán sobre las sospechas de que el propio embajador Balara podría estar tras el feísimo asunto de las cabras y las joyas, y que deberían investigar el asunto. Precisamente, revisando los libros de cuentas requisados a Danijel en sus oficinas y los que el Sr. H llevaba encima, se demostraba que ambos estaban involucrados en el asunto sin ninguna duda. Puesto que Danijel estaba más que dispuesto a colaborar, el Sr. H estaba en muy mala posición, y seria fácil convencerle para cargar el muerto a ese misterioso cliente suyo si le ofrecían un trato ventajoso. Lancia aconsejó buscar a algún artista que fuera capaz de hacer un dibujo con la descripción que el Sr. H pudiera dar, puesto que este no sabía siquiera como se llamaba su cliente. Los chicos esperaron mientras interrogaban al Sr. H, que colaboró a cambio de no ser repatriado al Jerifato, en donde las leyes eran tremendamente estrictas y podría ser acusado de traición y condenado a muerte, y dio una descripción del responsable último tan buena como pudo. El Capitán les entregó el retrato para que comprobaran si era quien creían, pero los chicos nunca habían visto al embajador…aunque sabían donde estaba, reunido con la Marquesa.

 

Con el retrato en su posesión, todos fueron en grupo hacia el Palacio. Como todos eran conocidos en el lugar, los guardias les permitieron el paso sin ningún impedimento, y hasta fueron anunciados por los secretarios de la Marquesa, a los que pidieron que trataran de interrumpir la reunión. La Marquesa, muy contenta por ver a sus héroes y amigos, les hizo pasar inmediatamente, interrumpiendo la reunión que en esos mismos momentos mantenía con el embajador Balara y el Sr. Noorgard. Nefer estaba al tanto de lo que se supone que había sucedido, ya que según explicó, el propio Sr. Noorgard le había confirmado que se había recibido un mensaje en los Cuarteles Mayores escrito por el Teniente Melher en el que explicaban los pormenores de su misión y daban instrucciones para la captura del responsable del desgraciado incidente de las cabras y las joyas de Carabás. Los muchachos confirmaron a su Marquesa que todo había salido bien, mientras confirmaban gracias al retrato que llevaban encima que la persona que estaba detrás de todo era, en efecto, el embajador. De hecho, Balara ni siquiera había tratado de disfrazarse o cambiar su aspecto, ya que no podía nunca imaginar que el único que pudiera identificarlo viajara a Carabás y confesara. A pesar de que los jóvenes héroes sabían que el retrato no serviría como prueba suficiente para detenerle, ahora estaban seguros de que el Sr. H lo identificaría, y esa era una prueba irrefutable. Sabedores de que el embajador estaba atrapado informaron a Nefer de que estaban seguros de conocer al responsable último de la trama. El embajador se ponía nervioso, hasta el punto de exigir a la propia Marquesa la entrega inmediata del criminal a las autoridades del Jerifato, pero los jóvenes héroes empezaron a mostrarle poco a poco las pruebas que tenían, y las conclusiones a las que habían llegado, acusándole finalmente a él mismo de ser el responsable de la trama, sin duda para desestabilizar la zona y enrarecer el clima político de Carabás y el Jerifato. Ante el asombro de la Marquesa y el propio Noorgard, el embajador, viéndose atrapado, pidió a sus hombres que salieran de la sala y le dejaran solo. Sus guardaespaldas obedecieron muy extrañados y se retiraron. Una vez a solas, el embajador Balara confesó el crimen sin dudarlo, ya mucho mas tranquilo, y solo pidió a la Marquesa ser juzgado en el Marquesado y que se permitiera a sus hombres volver al Jerifato, ya que todas sus acciones habían sido tanto en contra del marquesado de Carabás como en contra del propio jerifato de Al-Bassid, siguiendo los dictados de la facción a la que debía lealtad, el propio León de Kabuja. La Marquesa, aunque muy sorprendida, reaccionó rápido, llamó a la guardia y detuvo al embajador en la propia sala del trono. Mientras se llevaban al cerebro de la trama de las joyas, los jóvenes héroes, Nefer y el Sr. Noorgard discutían sobre las implicaciones que las acciones del embajador habían tenido. Era muy posible que su objetivo no fuera ganar dinero, sino desestabilizar políticamente la zona, enfrentando a las dos facciones más poderosas de la región, en claro beneficio del ascendente León de Kabuja. De ser así, como había dicho el propio embajador, el Jerifato de Al-Bassid era tan victima como el Marquesado, y Noorgard sugirió a la Marquesa emitir un mensaje conciliador al Jerife para tratar de aclarar el asunto y relajar las tensiones. La Marquesa aceptó sin pensar mucho esa sugerencia, porque lo que realmente le importaba ahora era recompensar a sus jóvenes héroes, que habían resuelto un problema que había resultado ser muchísimo mas grande e importante de lo que había pensado. Noorgard trataba de detener las grandes ideas de la Marquesa acerca de medallas y desfiles, y tras un breve regateo repleto de gritos y cabezonería, Noorgard aceptó que la Marquesa otorgara 3 días libres de obligaciones a los dos guardias y una cena de gala en su honor en el palacio al final de esos días de descanso.

 

Asistir a fiestas en el palacio se estaba volviendo una agradable costumbre para todos los muchachos…o para casi todos: Frank no sabia de que preocuparse mas, si de sus días libres o de otro baile multitudinario.

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